domingo, 7 de julio de 2013

Egipto: cuando la pobreza entra por la puerta...


...el amor salta por la ventana. Ya comenté aquí que mi idea era seguir sobre el cajón para contar cosas que Cairo me había enseñado. Lo que no sabía entonces era lo relevante que iba a ser nuestra inmersión egipcia para interpretar la actualidad.

Tengo una opinión "política" de lo que está pasando en Egipto,  pero no creo que sea relevante, ni estoy segura de que esté en lo correcto. Si buscáis un análisis de primera mano y que incluye todos los aspectos que están influyendo en el proceso egipcio, leed la última entrada de Drew. Su visión, como europea integrada en Egipto, es muy valiosa y enriquecedora con respecto a lo que están contando nuestros benditos medios de comunicación.

Como digo, no sé si estoy en lo correcto, pero sé perfectamente lo que vi. Vi un país pobre, deprimido, donde la clase media no existe, cuya moneda es una broma respecto al euro. Cada día, al salir de casa, la cartera iba a explotar y nunca llevábamos más de 100 euros al cambio.

Vi una ciudad superpoblada donde 25 millones de personas luchan por sobrevivir principalmente del sector servicios y del turismo, un sector absolutamente parado desde la revolución de 2011. Recuerdo una imagen concreta: volvíamos en coche, de noche ya, de Mohandessin que, por lo que se ve, es el barrio de las compras y bastante céntrico. Bajo un enorme puente sobre el que pasa una de las tremendas y siempre atestadas vías de circunvalación, un hombre en harapos y descalzo dormía en pleno suelo, sin nada sobre lo que descansar sus huesos. Ya habíamos visto cómo funcionaban las cosas en la ciudad, lo que costaba un paquete de tabaco (menos de la mitad que en España), cómo vivían allí... Y pensé en cómo de desesperante tiene que ser estar en la última fila del nivel de vida de un país que intrínsecamente es pobre.

Después empecé a ver los colchones en las obras a medio terminar, a riesgo de caerse mientras duermen. Las propinas, que allí son muy cotizadas, de 5 libras egipcias. Es decir, 0,50 euros. El precioso mercado de Khan El Khalili nos dio otra lección. Íbamos dispuestos a aprender a regatear. La norma: rebajar un tercio del primer precio que nos diesen para pagar la mitad. Ok. Como buenos alumnos nos lanzamos a regatear. Creo que aguantamos la presión en las tres primeras tiendas. Después, cuando te piden 50 céntimos por un recuerdo, se te hace imposible pedir ni la mitad. Tal vez muchas de las cosas no lo valían pero aquí tampoco y lo pagamos.  Es más, sabiendo que un salario decente (solamente decente) ronda los 350 euros mensuales... Y que muy pocos llegan a cobrarlo, sabes que ningún local va a pagar 5 libras por determinadas cosas y te entra una especie de "responsabilidad de turista."

Hubo más: alojamiento para tres por menos de la mitad que un hotel normalito en España para una persona, carreras en taxi de más de 30 minutos por 50 libras egipcias (unos 5 euros)... Y como colofón, asomamos la cabeza de manera fugaz e inesperada por la Ciudad de los Muertos. Nos desaconsejaron la visita. Al parecer, durante estos días no es un lugar seguro. El caso es que pasamos varias veces por su lado y siempre me hipnotizaba. Intentaba ver algo de vida en sus calles, solo atisbar cómo son los que se ven empujados a vivir entre los muertos. Pero un cambio de sentido bajo uno de los puentes que tapan tanta miseria, me dio la oportunidad.

Había un inmenso charco de agua podrida. Olía fatal y a su alrededor, muchos despojos, muchos más de los que se ven estos días en cualquier calle de El Cairo, incluso en Zamalek, la isla donde se alojan los extranjeros ricos y desde la que la Cadena Ser cuenta lo tenso que está el ambiente en las calles cairotas. En fin... que me voy del tema.

El charco de agua podrida. Tuvimos que atravesarlo con el taxi. Juro que fueron 30 segundos angustiosos: el olor, el calor y sobre todo la imagen que veía a través de la ventanilla. Unos pequeños nos devolvían la mirada desde una de las orillas del charco. Estaban contentos. Diría que divertidos incluso. Vimos un carro con un caballo que quería echar a andar. Y cerca de él, él perro más flaco que he visto en mi vida. Prometo que soy incapaz de describir la sensación que tuve en aquel momento. Sólo de vuelta a España, escuchando la canción que os dejo al final del post.

Cuando ya habíamos dado la vuelta y salíamos hacia la carretera, pensé en lo más doloroso: ¿Que habían visto esos pequeños? Habían visto dos coches repletos de europeos, exceptuando a los conductores. En el taxi, una niña pequeña y rubia miraba despreocupada la calle en brazos de su madre. Tal vez sus caras de diversión eran porque vieron alguna (al menos la mía) de agobio, espanto y dolor. Porque ellos si saben lo que significan esas palabras. (¿A qué viene ese gesto, europea?)

Pensé en el destino de esos niños, de esas niñas, y en el destino de mi hija en mis brazos. Y si fue reconfortante pensar que yo lucharé para que ese destino no sea igual para ella, me descorazonó y derrotó pensar que sus padres, que ellos mismos, ni si quiera tendrán la oportunidad de luchar. No en ese Egipto.

Y sin embargo, me equivocaba. Ellos están luchando para no carecer de la oportunidad. A cualquier precio. Incluso si tienen que recurrir a la desobediencia. Incluso si tienen que confiar en el ejército. El presidente y sus acólitos les hicieron promesas de amor, pero cuando la pobreza entra por la puerta... el amor y la democracia integrista disfrazada de europea saltan por la ventana.



(Prometo que esta entrada iba a ser corta. Mil perdones...)